Domingo IV de Pascua (Jn 10,11-18)

Jesús, Buen Pastor, para los cristianos es EL modelo de liderazgo al que aspiramos cuando guiamos procesos comunitarios, gestionamos una institución, sostenemos una familia o nos planteamos nuestra propia vocación y vida. El liderazgo que se desprende de la figura de Jesús, posibilita examinar el nuestro bajo la clave de la bondad: somos buenos pastores y pastoras cuando no nos tiembla el pulso para dar la vida por nuestras ovejas. Dar la vida poniendo el cuerpo o dando nuestro tiempo porque “no es tiempo perdido tiempo que se da”, en definitiva, vida que se da.

El buen líder se diferencia del asalariado que, ante los problemas que nunca faltan, huye. El desinterés, la falta de empatía y compromiso vital con una comunidad, equipo o familia, trazan paulatinamente el camino del abandono. El asalariado está lejos de internalizar las opciones y actitudes de Jesús; se distancia de la misión de humanizar la humanidad del redil que le toca, no asumiendo sus luchas ni haciéndose cargo de las decisiones tomadas.

Jesús nos muestra con su propia vida que la clave está en conocer y dejarse conocer, en amar y dejarse amar, en decir y escuchar atentamente. Un líder que no conoce ni ama buscando el bien de las personas que acompaña, difícilmente daría su vida/tiempo por ellas o las sostendría con seguridad mientras atraviesan una tormenta; tampoco podría ampliar la mirada ni los horizontes de posibilidades favoreciendo el diálogo y la construcción de puentes para reunir a otros que no están totalmente de acuerdo en ideas o proyectos.

Un buen líder ama a quienes acompaña. Se compromete con la vida de quienes ama. Es capaz de dar la vida por amor. Comparte las flaquezas y preocupaciones; las esperanzas y los sueños de quienes están a su cargo. Que esta imagen de Jesús Buen Pastor, nos anime a revisar nuestros propios liderazgos, nuestras maneras de pastorear y caminar juntos.

Carolina Insfrán